domingo, 10 de noviembre de 2013

Seis de la tarde





Últimamente desayuno frente al espejo, los silencios largos son difíciles de peinar, no quisiera yo salir a la calle con todas mis voces paradas, con la mermelada longevidad que me atraviesa la rutina de despertar todos los putos días de mi vida. Soñar, tampoco es buena idea, ni pensar en el gusto asqueroso de los edulcorantes dietéticos en el café con leche, o las tostadas humedecidas por los besos agolpados de un paquete abierto hace más de cuatro días, desenredar esos rulos, esos malditos rulos que no tengo, cubrir mi cabeza de mis propias miradas, es una gran satisfacción no tener ojos en la espalda, sería tan decepcionante ver el cuchillo que me atraviesa o contestar llamadas o leer mensajes o revisar horarios a tan temprana hora, seis de la tarde.

Últimamente me falla el reloj de la indiferencia, por eso me peino, en la calle transeúntes ausentes arrojaron medias vueltas cuando me vieron pasar, afectado por sus dolores más estúpidos, pude reconocer una arruga en la piel de una anciana, una arruga llena de miel, llena de desechos de un amor con rostro pasado, de una voz que hoy ronca con los que nos alimentan desde abajo, es tan repugnante verlos, ahí, en los gestos, las formas de caminar, están llenos de ausentes, por eso me peino, no quisiera que se me note el último beso, es tan triste cargar con el sonido del piano en los dedos y que ya no recorra por toda la sangre, como antes, seis de la tarde.

Últimamente no me importan las palomas que se me cruzan, ni bellas ni repugnantes, los árboles dejaron de escribir poesía con sus copas, ni los perros los quieren orinar, hay una marcha de estudiantes, grandes banderas, patrocinados por algun partido político, pero dura solo un instante, dura solo una publicación en redes sociales de fotos con la bandera, de niño empañalado frente al cana, foto, nadie tembló ahí, es un recuerdo muy revolucionario, es una muestra gratuita de nuestro interés por la patria, para luego ir a comer todos al Mc Donald's y usar su baño porque es el único presentable en toda la ciudad, es un baño muy revolucionario, seis de la tarde.

Últimamente, no, últimamente no, desde siempre soy un despistado, pero ahora ya no hay pistas, el misterio acabó, qué se puede buscar a mil trecientos kilómetros de ventanas de chat si ando despellejado, encontró un nuevo amor, caminarán seguro por la calle con rumbo seguro, con las manos llenas de esa piel que dejé colgada a la orilla del río, se besarán bajo el mismo árbol que nos escribió, mi indiferencia me anda fallando tanto, lo vuelvo a repetir, como si me importase realmente el color que me maduró en su rostro lleno de puestas de sol y fotografías, me importa demasiado lo que perdí, me importa tanto que lo llevo peinado. Ya no son las seis de la tarde, esto ya no es un día, es una eternidad vestida de payaso.

Negociaré mi alegría por una cuchara más de azúcar, negociaré este amor por una cama sin zonas vacías, ofertaré mi dulce de leche al viento, a ver si éste en ofrenda de desayunos, se apiada de mi insomnio, tendré yo los mismos años que aquellos veintidós, algún día, cuando encuentre de nuevo peines con dientes hechos de esa barba que antiguamente (en la prehistoria de mi amor) me rozaba la cara, tendré yo la prosperidad de creer en un mundo que me sea un poco más indiferente, tendré yo la certeza de que el sufrimiento acabó, sin embargo cuando el fuego cesa las guerras continúan, es desesperante sentir que las seis de la tarde se reproduzca sin dar cuerda al reloj.

Y despúes de sus ojos, las seis de la tarde, en todos los desayunos de los que nos levantamos cuando algunos regresan de la calle.

José Cabrera
10/11/2013

Ph: Noell S. Oszvald