Últimamente desayuno frente al espejo,
los silencios largos son difíciles de peinar, no quisiera yo salir a
la calle con todas mis voces paradas, con la mermelada longevidad que
me atraviesa la rutina de despertar todos los putos días de mi vida.
Soñar, tampoco es buena idea, ni pensar en el gusto asqueroso de los
edulcorantes dietéticos en el café con leche, o las tostadas
humedecidas por los besos agolpados de un paquete abierto hace más
de cuatro días, desenredar esos rulos, esos malditos rulos que no
tengo, cubrir mi cabeza de mis propias miradas, es una gran
satisfacción no tener ojos en la espalda, sería tan decepcionante
ver el cuchillo que me atraviesa o contestar llamadas o leer mensajes
o revisar horarios a tan temprana hora, seis de la tarde.
Últimamente me falla el reloj de la
indiferencia, por eso me peino, en la calle transeúntes ausentes
arrojaron medias vueltas cuando me vieron pasar, afectado por sus
dolores más estúpidos, pude reconocer una arruga en la piel de una
anciana, una arruga llena de miel, llena de desechos de un amor con
rostro pasado, de una voz que hoy ronca con los que nos alimentan
desde abajo, es tan repugnante verlos, ahí, en los gestos, las
formas de caminar, están llenos de ausentes, por eso me peino, no
quisiera que se me note el último beso, es tan triste cargar con el
sonido del piano en los dedos y que ya no recorra por toda la sangre,
como antes, seis de la tarde.
Últimamente no me importan las
palomas que se me cruzan, ni bellas ni repugnantes, los árboles
dejaron de escribir poesía con sus copas, ni los perros los quieren
orinar, hay una marcha de estudiantes, grandes banderas, patrocinados
por algun partido político, pero dura solo un instante, dura solo
una publicación en redes sociales de fotos con la bandera, de niño
empañalado frente al cana, foto, nadie tembló ahí, es un recuerdo
muy revolucionario, es una muestra gratuita de nuestro interés por
la patria, para luego ir a comer todos al Mc Donald's y usar su baño
porque es el único presentable en toda la ciudad, es un baño muy
revolucionario, seis de la tarde.
Últimamente, no, últimamente no,
desde siempre soy un despistado, pero ahora ya no hay pistas, el
misterio acabó, qué se puede buscar a mil trecientos kilómetros de
ventanas de chat si ando despellejado, encontró un nuevo amor,
caminarán seguro por la calle con rumbo seguro, con las manos llenas
de esa piel que dejé colgada a la orilla del río, se besarán bajo
el mismo árbol que nos escribió, mi indiferencia me anda fallando
tanto, lo vuelvo a repetir, como si me importase realmente el color
que me maduró en su rostro lleno de puestas de sol y fotografías,
me importa demasiado lo que perdí, me importa tanto que lo llevo
peinado. Ya no son las seis de la tarde, esto ya no es un día, es
una eternidad vestida de payaso.
Negociaré mi alegría por una cuchara
más de azúcar, negociaré este amor por una cama sin zonas vacías,
ofertaré mi dulce de leche al viento, a ver si éste en ofrenda de
desayunos, se apiada de mi insomnio, tendré yo los mismos años que
aquellos veintidós, algún día, cuando encuentre de nuevo peines
con dientes hechos de esa barba que antiguamente (en la prehistoria
de mi amor) me rozaba la cara, tendré yo la prosperidad de creer en
un mundo que me sea un poco más indiferente, tendré yo la certeza
de que el sufrimiento acabó, sin embargo cuando el fuego cesa las
guerras continúan, es desesperante sentir que las seis de la tarde
se reproduzca sin dar cuerda al reloj.
Y despúes de sus ojos, las seis de la
tarde, en todos los desayunos de los que nos levantamos cuando
algunos regresan de la calle.
José Cabrera
10/11/2013
Ph: Noell S. Oszvald