martes, 7 de octubre de 2008

Crónica de un eurosuicida



El sol desaparecía
por la falda naranja americana,
el avión subía,
las lagrimas bajaban,
recorrían titubeantes
melodías de campo,
los hilos de la tierra,
desesperados, mojados,
al oído se arraigan.

La calma de llegar,
pasar el monstruo del mar,
llegar a no llegar,
cantar fuerzas para contar,
contar con fuerza la sal.
Europa no recibe al servicio,
el servicio se exilia en su renuncia
y se humilla ante su amo,
sufre, es sometido.

Duele tanto ver,
los ojos de mamá al amanecer,
duele no poder dormir
y exprime el corazón
la añoranza al pueblo,
pero no queda otra.
¡Hay que sufrir!
Y tomarse la muerte
sin causas ni abogados,
con los pechos desabotonados.

Vuelve el atardecer,
el anticipo d Nochebuena,
un plato con servilletas nuevas,
una gaseosa.
El cuchillo corta el pan sudado,
se convierte en el manjar,
de la noche, el pan mantecado,
nieva tras la ventana
del piso séptimo.

Nieva en Barcelona
y en la mente del americano
llueven recuerdos
de sus labios llenos de color.
Hace frío en Madrid
y la americana
festeja su medianoche
con champaña prostibular,
moja sus labios rotos
con el amargo euro blanco,
que guardo entres sus corpiños.

Y el sol que desapareció
tras el blanco de las nieves,
deja un sello tácito
de anhelos no resueltos,
utopías de arbolito navideño
e invierno maldito,
invierno que dio la libertad al americano
(expulsado indirecto de sus entrañas)
En la cuerda colgada al techo.

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