martes, 7 de octubre de 2008

Doña María Elena Walsh.




Ya ha pasado el mar,
la sepia y la falta de color,
las nubes de algodón verbal,
los montes del mundo inverso,
ha pasado indeleble
por las tiendas del agua,
cansada ha navegado,
sin poderse mirar.

Quién tuviese un espejo,
un pedazo de coral,
que captara lo que uno lleva adentro,
no podría siquiera imaginar,
la sutil y brillante corona de lunas
que Doña María Elena lleva,
tatuado en el aire de letras
como sombrero sobre su cabeza.

Ya han pasado las horas,
el reloj se cansó de circular,
ella, todavía no llega a menguar,
su voz sigue llena, llenando el mar de sal.
Ha pasado las aguas oscuras,
extiende su cansancio en versos
en la voz de una cigarra inextinguible,
el silenciador bullicioso no acallará.

Mientras, sube la poesía,
duermo en su respirar,
ella se nace en un suspiro,
en la mística de la exhalación suicida
se acentúa en la eternidad,
mi voz corre doliente,
a su encuentro capaz no alcance a llegar,
su voz canta, cómo no llorar.

Doña María Elena,
señora del alma, inmersa en soledad.
cánteme sus baladas,
quiero morir en paz,
renacer en los ojos del oso
que todo lo quería comprar,
y soñar con la intensidad
del jardinero que estalla en libertad.

Gustoso de abrazarla,
De poderla siquiera tocar,
me deleito en un homenaje
que no ha de llegar,
me deleito en una sorpresa
a mi corazón de estudiante,
rebozado en mil gracias, muchas gracias, Doña María Elena Walsh.
José Cabrera

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