lunes, 20 de abril de 2009

Fe



La Indiferencia, la Esperanza, la Ilusión y la Fe.

“Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.”

(San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Principio y Fundamento)

Cuando escuchamos la palabra indiferencia, entendemos por lo general que se trata de un sentir apático del ser hacia x cuestión, pero más entendemos que es hacia la vida. En lo personal es una palabra que encarna mucho, como la palabra Renuncia, indiferencia, creo que está mal conceptuada o mejor dicho la mal utilizamos, empezaré este texto con un pequeño cuento inspirado en varios autores de la creación, donde se mezclan la indiferencia, la esperanza, la ilusión y la fe.

He vivido en campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, hemos vivido meses sin comer, sin tomar agua o tomando el agua que derepente corría en los surcos de la tierra, proveniente de alguna lluvia, sabíamos que moriríamos en la cámara de gas o en el horno, aún así, vivimos tantos meses, desnutridos y deshidratados morimos, de miles de personas que se encontraban en esa situación, sólo unos cuantos desistieron y se suicidaron. La muerte era una cosa segura ahí dentro y también sabíamos que lo era afuera, la muerte era cuestión segura en la guerra y también en la paz, así que la muerte no era parámetro para desistir. Aún en esas condiciones infrahumanas, conseguíamos un pan por barraca y comíamos entre casi cien personas, un pan, y con eso sobrevivimos semanas, una lluvia, cada tres meses, aún así, con las necesidades básicas sin solventar, todavía estábamos ahí, con nuestros hijos, con nuestros compañeros, con nuestros padres, y aún así vivíamos, aunque luego toda esa supervivencia haya terminado en el horno. No cabía en nuestras mentes dejar todo, el sufrimiento era tan inmenso, el dolor tan fuerte, la muerte se nos hizo tan grande, pero nosotros, nuestro pueblo, los niños no se iban a suicidar, nuestros recuerdos, nuestra dignidad humana estaban ahí, resistiendo al mal que imperaba. La Dignidad recién se siente en uno y se gana uno, cuando es indigno de una atrocidad humana, porque es ahí, en ese dolor de la bestialidad, donde uno puede comprender el dolor de la Indignidad, de la humanidad invertida, de los miles que murieron, mueren y morirán indignamente entre tú y el tiempo. Y es ahí, en el dolor gigante donde uno se humaniza, cuando el verdugo ya no es el enemigo sino es el pobre hombre que no sabe lo que hace y si supiera ¡Dios lo libre, si supiera!, cuando la indiferencia no es hacia la vida, sino hacia el mundo, cuando la esperanza es la indiferencia a aquello que no nos lleva a la vida, cuando en ese proceso de humanización a través de imposiciones inhumanas todas aquellas “ideas” que tuvimos van muriendo lentamente, es la muerte de las ilusiones y es el primer dolor después de la tortura, el saber que puede que ya no tenga una casa propia, con hijos grandes en grandes universidades, los humanos tenemos tantas ideas de la vida que cuando muere una parece que todas se levantan y se revelan no como hechos sino como simples ideas que uno tiene de la vida… y me dicen que somos indiferentes ante la vida, yo desmiento porque mismo los más indiferentes, los agnósticos más grandes que estuvimos en ese campo de concentración aguantamos hasta el último momento, capaz no por la figura de Dios sino por lo que figuraba la vida en nosotros, por aquello que nos hacía ser, que en fin era Dios y éramos nosotros. La Fe, no era cuestión de creer o no, era cosa de vivir, de que al día siguiente si no encontrábamos a nuestros hijos en la barraca, no por eso dejaríamos a nuestra mujer y si no encontrábamos ni mujer, ni hijos, estaba ahí una fila de personas que recién llegaban al campamento. La fe, no era cuestión de creer, sino de actuar, de paciencia, de dolor y ella era tan simple como nuestros cuerpos desnudos. La fe, tan sencilla, tan insistente en no insistir, esperando a la puerta sin tocar. Ella movió nuestras montañas y sola, en silencio, con ella, con fe, evolucionamos. La esperanza era la indiferencia a la muerte, la fe nos demostraba la ilusión de nuestras ideas y hoy todavía conozco falsos holocaustos, gente ahogada en rocío, hombres que se suicidan por pasar el tiempo, gente, tanta gente que porque no abrazó el dolor, se entrega a la indiferencia de aquello que no lo lleva, no a la salvación eterna o la santidad, sino en lo mínimo a la dignidad de llamarse Ser Humano.

Inspirado en un alma en evolución.
Expirado por el que firma

José Fernando Cabrera Martínez
19/04/2009

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